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Gylran

Un amanecer infernal en los albores de los humanos.

El antiguo Reino de Gylran fue una de las primeras naciones humanas en el continente de Esseria. Se puede decir que el territorio que ocupaba alcanzaba a ser la zona noroeste de la región de Septentria, en Éilerenn, al sur de las tierras salvajes de Vilennea.

Origen

En el ocaso de su reinado, el monarca Lathandos Snave se dio cuenta demasiado tarde que el avance de su nación había consumido los bosques y los ríos, y las cosechas llevaban demasiado tiempo siendo austeras; la plebe fallecía por doquier y las revueltas surgían en las poblaciones más pobres. La solución a la que llegó el consejo del reino consistía en viajar hacia las tierras del norte y ocuparlas con la esperanza de que fuesen más fértiles que los páramos pantanosos en los que se había convertido Gylran.

Semanas después de enviar a sus exploradores, los gylraníes tuvieron que enfrentarse a otro duro golpe: las tierras norteñas estaban ya conquistadas por el Imperio de Alleinn Nuj. Sus habitantes eran dragones de acero y, aunque no se mostraron hostiles en el primer contacto, en seguida dejaron claro que no iban a permitir a los invasores ocupar sus territorios. El reino lanzó una ofensiva tras desoír las amenazas de los dragones, pero los atacantes fueron obliterados sin dificultad por las fuerzas del Imperio. Después de la derrota ante el imperio, la desolación se expandió de nuevo por las tierras de Gylran. En un último movimiento desesperado, uno de los hechiceros del consejo expuso un plan en el que había trabajado durante años.

Mediante el sacrificio de cinco aldeas humanas, el hechicero logró convocar en el plano de existencia de Esseria a un diablo, y con otro ritual igual de abyecto transformó la vida de ese ser infernal en una poza burbujeante de sangre monstruosa. El hechicero afirmó que quien se bañase en ese fango parduzco obtendría la fuerza de diez hombres y los secretos guardados por los diablos. Escépticos en un principio, los miembros del consejo y unos pocos nobles elegidos aceptaron pasar por el bautismo perverso producto del ritual. Este suceso marcó el nacimiento de los primeros gylraníes manchados con sangre mefistofélica. Los cambios drásticos que sufrieron en su anatomía no les sorprendió lo más mínimo, y en seguida todos los que ansiaban ocupar los territorios de los dragones de acero se bañaron en la Poza de Burguntheraxx; el hechicero bautizó la poza con nombre del diablo al que se le arrebató la vida para crear la esperanza de Gylran.

Con el nuevo poder que habían obtenido, los gylraníes lanzaron una nueva ofensiva contra las tierras del Imperio, y esta vez pudieron derrotar a los dragones que ocupaban el Valle de Jamrud. La conquista no tardó en llegar ante los oídos del emperador de Alleinn Nuj, el noble Nercerón, y la arrogancia con la que los humanos conquistaron sus tierras despertó su cólera. Mientras los gylraníes se encontraban en mitad de la preparación de sus asentamientos, el emperador sobrevoló las llanuras y, sin darles oportunidad a reaccionar, arrasó a todo aquel que no pertenecía a su estirpe. Este nuevo golpe a la supervivencia del Reino costó la vida al rey Lathandos y los civiles, convertidos en aberraciones diabólicas, no tardaron en levantarse contra la corona. En medio de este conflicto, entidades infernales procedentes del mismo plano que Burguntheraxx comenzaron a manifestarse en la realidad a través del mismo portal por el cual fue invocado aquel miserable; el Reino de Gylran se enfrentaba a la extinción por tres frentes diferentes, pero aún así, uno de sus generales logró idear un modo de que la mayoría de nobles pudiesen salvar el pellejo.

Este general, llamado Käbrius Festus, obtuvo información muy valiosa de los exploradores supervivientes que lograron escapar con vida del Valle de Jamrud: el emperador Nercerón tenía una hija, una heredera que había confinado en un lugar apartado como medida de protección en contra de la invasión gylrani. El general envió a dos de sus hombres en busca de esta joven dragona, con el objetivo de capturarla y utilizarla como rehén para que Nercerón prestase su ayuda en el combate contra los diablos que estaban asolando Iselm, la capital gylrani. La campaña fue todo un éxito: la hija del emperador, Nulsärax, cayó en manos del Reino y fue usada como extorsión para que los dragones de acero aceptasen colaborar. El general Festus aprovechó al máximo el conocimiento de Nulsärax para asegurar que los gylrani supervivientes no iban a ser devorados por los dragones de Alleinn Nuj. Extrajo a la fuerza de la mente de la dragona dónde se encontraban los criaderos del linaje de Nercerón; Käbrius sabía que, a pesar de que Nercerón se había tomado muchas molestias para poner a salvo a su hija, no era su única descendiente. De este modo se aseguró que ningún dragón de acero tomaría represalias contra Gylran una vez la contienda hubiese acabado, y que el imperio dejaría libre el Valle de Jamrud sin rechistar.

La participación de los dragones de Alleinn Nuj dio la vuelta a la batalla por Iselm; los diablos que habían invadido la ciudad fueron aniquilados por alientos de tormenta y garras tan afiladas como el diamante. Y una vez que los gylrani recuperaron su capital, el séquito de Nercerón se marchó en silencio, a la vez que los ciudadanos de Iselm vitoreaban al general Festus. El general ocupó el trono del Reino; con las revueltas calmadas y nuevos territorios en los que establecerse, la vida de los gylranies volvió a su cauce. Como un gesto de diabólica buena voluntad, Käbrius entregó a uno de los participantes en la captura de Nulsärax a la corte de Nercerón, para que recibiese la justicia que Alleinn Nuj considerase. Con este acto, finalizaba la relación de Gylran con el Imperio de Nercerón por los siglos de los siglos.

Käbrius Festus quiso continuar con la explotación de sangre diabólica con fines bélicos. Ordenó a los arcanistas que quedaron con vida que retomasen los estudios que había dado lugar a la Poza de Burguntheraxx. La religión de la Sangre se adaptó como el estándar en la sociedad gylrani, con sacerdotes infernales que promovían la adoración a la Sangre de los diablos. Al otro lado del portal que conectaba la Poza con el plano de existencia de los diablos, sólo se escuchaba un silencio sepulcral. En ningún momento desde la invasión a Iselm se volvió a sentir la presencia infernal de aquellos que otorgaron el poder y su forma a los gylraníes.

Varios años después, cuando el Reino de Gylran se había recuperado, una horda de dragones de acero enfurecidos asaltó las ciudades, los pueblos y las aldeas inmisericordemente. Estos vengadores no rendían pleitesía a Nercerón, no estaban atados bajo ningún acuerdo de paz ni respeto. Tras la participación del Imperio de Alleinn Nuj en la liberación de Iselm, los dragones de acero se rebelaron contra Nercerón y lo derrocaron. Liberados del yugo impuesto por su emperador, los insurgentes se cebaron en los supervivientes gylraníes. Pero, a pesar de lo que había sufrido a manos de sus captores, Nulsärax se levantó en contra de Narelmayl, el nuevo emperador, y pudo salvar a varios ciudadanos de Gylran.

Tras los ataques que destruyeron el Reino, los gylraníes que pudieron escapar de los dragones se esparcieron por Esseria, convertidos en exiliados sin hogar. Algunos llegaron al norte del continente, donde intentaron continuar sus prácticas diabólicas. Pero, allá donde iban, los rumores de la mezquindad de sus gobernantes y la maldición que corría por su sangre les condenaban a una existencia plagada de desconfianza y odio.

Conceptos clave