Cuenta la leyenda, que hubo una vez un hombre cansado de la avaricia y codicia humanas que motivaba en gran parte la expansión del imperio por el espacio. Aquel hombre, de nombre Jan, formaba parte de la guardia colonial, encargada de solventar conflictos y disputas en los bordes del imperio. Tras pasar años siendo testigo de las miserias a las que se veian sometidos los colonos y con la impotencia de no poder hacer mucho, decidió abandonar esa forma de vida.
Más adelante se unió a fuerzas de autodefensa, para combatir a criminales y fugitivos que trataban de saquear y controlar las indefensas colonias periféricas. Con algunas victorias y muchas derrotas y penurias, se fue haciendo viejo viviendo en un pequeño planeta. Ya las fuerzas le fallaban, pero aún podía enseñar e instruir a otros jóvenes.
Un día hubo un accidente en la última cantera aprovechable del planeta. Se dice que de los escombros se encontraron fragmentos cristalinos, con propiedades nunca antes observadas. Ésto llegó hasta nuestro hombre, quien tras muchas vueltas vió la aplicación para obtener un haz de luz que podía repeler la materia.
No se sabe la localización exacta de este planeta, únicamente que el viejo Jan y sus más cercanos alumnos por aquel entonces abandonaron el planeta para ir a dónde más se los necesitaba.